No es que siempre las hermanas se hayan llevado de maravilla. Vivían en paz «porque de plano». Cada sábado es tradición sentarse en el sillón tapizado con pana corinta, a ver la televisión. A veces Sábado Gigante o alguna película de Cantinflas. Llevaban así más de 50 años, más de 5 décadas haciendo lo mismo.
Ellas dos en particular, nunca se habían llevado bien. Sucede que cuando vivís en una misma casa con tus cuatro hermanas también solteras, la combinación de hormonas, menopausia, y caracteres diferentes solo en algunos aspectos, no ayuda.
Aún así, se las ingeniaban para que en la casa no reinara la histeria. Hasta ese día. Ese sábado.
Juana se levantó temprano, para que no le ganaran la pila. Tenía unos fustanes blancos que estaban sucios desde la semana pasada, y hasta ese día tendría chance de lavarlos. Agarró su palangana azul, que le regaló el señor de la carnicería -el que siempre le ha hecho ojitos- como souvenir de año nuevo. Dentro de la palangana, llevaba su bola de jabón ámbar y un populino de cloro. En varias ocasiones sus hermanas le han recordado que el cloro no es tan gentil con la tela de los fustanes, pero la Juana es necia, decían. En la otra mano llevaba su radio pequeña color plata, que había comprado hacía varios años en el mercado del Guarda.
Llegó a la pilita. Le compuso el pedazo de plástico que se le pone al chorro para que no salga tan "fuerte" el agua. Mientras esperaba que se llenara, tarareaba la canción de Julio Iglesias "Soy un truhán, soy un señor" en su mente. Y es que si alguien aún le movía el tapete, era Julio. Fue su "crush" en su adolescencia y juventud. Por qué no habría de serlo ahora, cuando casualmente los dos rozan la misma edad. "Aunque yo soy un poco más joven", decía Juana, mientras sacudía el primer fustán y con eso se disparaba también el olor a Heno de Pravia.
Se dispuso a poner el radio en un extremo de la pila. Sintonizó una estación donde estaban pasando las noticias. Quería saber cuántos casos de coronavirus iban ya en el país, porque la noche anterior sus hermanas dispusieron ver La Usurpadora en lugar del mensaje del presidente. "Si ya sabemos lo que va a decir", dijo Rosaura, "mejor miremos en qué para la Paola Bracho", que en el capítulo anterior se había ido a estrellar con la enfermera. Sugerencia que no hacía mucho sentido, pues todas ya han visto esa misma novela al menos tres veces.
Pero Juana quería estar informada, y por eso no le importó poner su radio sabiendo que este estaba justo del lado de la ventana de la habitación de su hermana Victoria, a quien de apodo le dicen "La Yoya", todo porque Marta Luz, otra hermana que sí logró casarse, no podía pronunciar su nombre cuando eran niñas.
Empezó a escuchar las noticias, mientras remojaba el fustán y pasaba la bola de jabón sobre él. 20,000 casos reportados hasta el momento, aseguraban.
"20,000 casos, Dios santo, esto va subiendo cada día más. Qué miedo" pensó, mientras hacía una pausa en la lavada, y desechando el agua de su mano derecha, se persignó.
Terminando de hacer la señal de la cruz estaba, cuando vio que la Yoya estaba justo detrás, con tubos de esponja en la cabeza y en bata. Tenía una cara amenazante que hubiera asustado al más valiente.
"Estaba durmiendo, pero usted me despertó con el ruido del agua, los guacalazos y la radio. Tan desconsiderada que es usted, Juana!"
"¡Usted déjeme, y no sea shute, Yoya!", le contestó.
"¡Pero es que siempre es lo mismo con usted. No piensa que hay más gente aquí!"
"Mmmm, pues a veces se siente que no, puras momias viven en esta casa", dijo en tono burlesco. "Además, ya son más de las 7 de la mañana, a esta hora vergüenza le debería dar estar echada"
"¿A quién le está diciendo echada? Ni que fuera vaca como usted!
"Ja, ¡quién habla!"
"A mí no me va a estar hablando así, ¡abusiva!" Gritó la Yoyita con injundia. "Ya no soporto vivir en esta casa, en este encierro, y menos con gente grosera y desconsiderada. Al menos cuando no existía la pandemia, me podía ir en camioneta a la Basílica de la Virgen del Rosario para no verles la cara de viejas amargadas"
"Mmm, cuidado se muerde la lengua con decirnos viejas amargadas cuando usted es una", seguía retando Juana.
"Ya estuvo, ya es suficiente, mire lo que hago con su horroroso fustán que ni lavarlo sabe", gritó histérica, mientras que sin darse cuenta, atacaba con la prenda a su hermana en la cara. Ambas enfurecidas, comenzaron a halarse del pelo, a arañarse, y empujarse. Aquello se había salido de control. Tantos años de aguante al parecer habían llegado a su fin. Nunca se habían "agarrado" así.
Rosaura, Olimpia y Aurora llegaron a la escena. Era impactante ver a sus hermanas hechas un molote. Gritaron. Pensaron que con eso reaccionarían, pero no. A Rosaura se le ocurrió agarrar la palangana azul y echarles agua. Solo así lograron separarlas.
"¡Ya cálmense, por el amor de Dios!" gritó Rosaura. "Nos van a escuchar los vecinos y qué vergüenza"
"Ella empezó", dijo Juana. "Yo estaba tranquila lavando y escuchando las noticias". Al saber esto, sus hermanas se limitaron solo a consolar a Juana, por lo que Yoya era la digna representante de la vergüenza y el horror.
Se refugió en su habitación. Afuera solo se escuchaba el rosario de quejas de su hermana. Pero no le importó. Se sentía bien, incluso con algunos rasguños.
"No les voy a dar gusto", pensó. "Me voy a bañar, me voy a arreglar, y me voy a ir a pasear. Y qué carajos me importa si afuera está ese virus, ¡un favor me haría si me da!"
Yoya sabía que su decisión traería consecuencias negativas para ella. Todas se habían encerrado desde el 15 de marzo. Estaban aterrorizadas con el virus. Eran muy cautelosas con las compras, y si alguien se asomaba a la puerta, veían desde una ventanita quién era. Pudo haber llegado el mismísimo Papa Francisco, quien viene siendo la celebridad más grande para ellas, y ni a él le hubieran abierto la puerta. Es por eso que pensar en salir solo porque sí, era una amenaza, y por supuesto que traería represalias:
*Ley de hielo por semanas, si es que no les llegaba el virus.
*Cocinarse su propia comida. Rosaura era la cocinera, pero con una actitud así de desafiante de parte de Yoya, ¡qué se olvide!!!
*No lugar para ella a la hora de la novela. Yoya sabía que después de su salida, nadie la querría cerca.
Aún así, buscó un vestido que le había regalado su mamá antes de morir. Buscó en su caja de galletas, que ahora era almacenamiento, un par de medias color verano que no estuvieran "idas". Se bañó y se vistió. El pelo no se lo lavó, pues desde la noche anterior tenía tubos de esponja. Se echó su perfume "Maja", que había comprado meses atrás en La Barata de allí de la Florida. Se puso sus zapatos color crema que había estrenado la navidad pasada. Le molestaban dos callos, "pero bien puedo caminar", pensó.
Se dirigió a la puerta, asegurándose que ninguna de sus hermanas se diera cuenta. Según ella, así fue. Salió y casi corriendo se alejó de la casa. No contaba con que Olimpia la vio desde el segundo nivel, y quien histéricamente bajaría las gradas alertando a sus hermanas que la Yoya se había salido. "Lo peor es que sin mascarilla se fue la muy bruta", dijo Olimpia llorando.
Todas se sintieron muy ansiosas y enojadas al mismo tiempo. ¿Cómo es posible que su hermana haya pedido así la cordura? Eso jamás había pasado, porque cuando alguna se sentía molesta o desesperada por estar "en sus días", debían ponerse a rezar el rosario y pedirle a la Virgencita que les quitara esos malos sentimientos, y seguir el ejemplo de Nuestra Madre, siempre calmada y en silencio. Pero ahora ya ni estar en esos días del mes podía ser justificación, pues ya todas habían librado la menopausia, orgullosamente sin esas escenas de descontrol y rebeldía.
Mientras Yoya caminaba, cada vez se sentía más libre y relajada. Después de todo, aquella escena no era tan grave, tomando en cuenta que le dio la valentía de poder salir y rebelarse. Caminó durante una media hora. Se sentía fabulosa con sus colochos al aire, su vestido, su perfume, sus medias, aunque una a cada rato se le bajara, y sus zapatos color crema. "Malditos callos, me están matando, pero no importa, no quiero regresar aún", afirmó convencida.
Sabía que el camino que había tomado no era el más seguro, pues poco a poco se adentró en la colonia "Carolina". Esa colonia, habitada por varias personas que abandonaron sus pueblos después del terremoto del 76, tenía mala fama. Muy mala. Casi a diario se escuchaban noticias horrorosas de extorsiones, asesinatos, asaltos, entre otros. Yoya sabía que era mejor no meterse tanto allí. Tuvo intención de entrar al mercadito, pero un patojo en la entrada, trabajador de la muni de Mixco, le dijo que no podía dejarla pasar sin mascarilla.
Caminó entonces un poco más, y cerca de una zapatería que estaba cerrada, vio a una señora vendiendo bananos.
"¿A cómo los bananos, doña?"
"Q8 la docena", le contestó.
"Uy, sí está caro"
"Es que la situación está fea, seño. En el mercado ya no me dejaron vender, nos sacaron a todos los vendedores ambulantes. Por eso los estoy dando a ese precio, disculpe".
"Bueno, yo tampoco traigo mucho dinero, pero deme media docena, pues"
Tomó la bolsa con bananos, y empezó a caminar de regreso a su casa. Sabía que al llegar no encontraría un buen panorama. Cómo la desanimaba y le entristecía eso. Toda su vida sintió que estaba controlada. Tuvo un enamorado en su juventud pero terminó desechándolo por temor a su papá, don Arturo, que era muy estricto.
Qué desconsuelo meterse otra vez al encierro, y más con otras cuatro mujeres que nunca se realizaron por temor a vivir.
Respiró profundo, metió la llave a la puerta, y se preparó con una actitud altanera y defensiva. Pensó que todas le reclamarían al nomás llegar, pero estaban tan temerosas de que la Yoya viniera infectada, que ni se le acercaron.
"¡Aaaah, qué maravilla! "¡Pensé que me iban a recibir con la espada desenvainada! ¡Bendito virus, de la que me libró!", pensó triunfante.
Se sentó en el viejo sillón tapizado con pana corinta, y con toda la calma y gusto del mundo procedió a pelarse un banano, un banano que le supo muy dulce.
"Qué maravilla", pensó. "Pasando toda esta locura, voy a hacer lo que se me ronque la gana, aunque me tenga que agarrar del chongo con la Juana. Me voy a curar los callos para que no me limiten la caminada, y me voy a comprar otros dos pares de medias, pero esta vez, color champagne".

Fabuloso, me quito el sombrero, sos una genio
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